domingo, 30 de septiembre de 2012

Atrapados en el Ascensor


Anoche asistí al concierto de “Un Pingüino En Mi Ascensor”. Estaba invitada por uno de sus componentes, José Luis Moro, al que todos los que le hemos conocido dentro del entorno profesional publicitario, llamamos cariñosamente “el pingüi”.

Durante hora y media no paré de reírme con sus temas provocadores y gamberros. Personalmente los considero monologuistas con música.

Pero no quiero hacer una crítica sobre el concierto, ni nada que se le parezca. Primero porque no soy quién y segundo porque, aunque lo disfruté, hubo otra cosa que también llamó mi atención esa noche.

Como soy mujer y se supone que puedo hacer dos cosas al mismo tiempo, esa noche además de escuchar los temas de “el pingüi” me puse a mirar a mi alrededor y observar a las personas. Reconozco que es algo que me gusta hacer habitualmente. Saco mi antena de fisgona y busco escrupulosamente víctimas que sacien las ansias de la pequeña Karmele Marchante que llevo dentro.

Esa noche mis ojos se pararon en una pareja. Una pareja pija. De los de familia pija “bien” de toda la vida. Los dos estarían estrenando los cuarenta.

Él guapo. Cuerpo atlético. Jersey de pico, pantalón chino, calcetines de rombos y zapatos burdeos de cordones. Sin más.

Ella con rasgos todavía aniñados. Ni guapa, ni fea. Cuerpo cuidado. Melena perfecta, abundante, larga, lisa, y con raya en medio. Una melena que no ha conocido tinte. Pendientes de perla. Jersey de lana beige con un pañuelo de loewe anudado perfectamente al cuello. Sin más.

Él tomando una  cerveza en copa de balón. Clásico.

Ella con una coca-cola ligth. Clásico.

Ninguno de los dos se ríe de los chistes de “el pingüi”. Ninguno se mueve al compás de la música. Cada uno observa el concierto desde dos lados distintos de la mesa.

Él seguramente se sabe todos los temas de memoria desde hace 20 años, pero los tararea de forma mecánica. Sin emoción

Ella sólo tararea algunas frases. Quizás aquellas que se le quedaron hace 20 años cuando ese novio se las ponía sin parar. Le gustaran a ella o no. Sin emoción.

Él parece que saca por un momento su lado más gamberro y salvaje, atreviéndose a tararear temas tan provocadores. Todo un reto.

Ella pareciera que lo único arriesgado que ha podido hacer en su vida, fue cuando una vez (y de reojo) le miró el culo a un subsahariano buenorro que vendía kleenex en un semáforo. Todo un reto.

Llega el momento del descanso y se encienden las luces.

Él la mira con mirada cansada.

Ella ni siquiera le mira.

Empiezan a intercambiar palabras. No, espera. Parece que no conversan ¡Discuten!...Por fin hay emoción.
No…no hay emoción.

Él con los codos sobre la mesa, mira con calma a un lado y a otro, mientras ella con mucha delicadeza, vacía su boca de palabras a una velocidad pasmosamente lenta.

Ella con un mohín insignificante, voltea su mirada al techo, como reclamando al Dios en el que no ha dejado de creer en cuarenta años, mientras él casi ni mueve los labios al hablar.

No hay desconsuelo. No hay dolor. No hay pasión. No hay frustración. No hay nada.
Hay hastío. Hay cansancio. Hay aburrimiento. Hay vacío. Hay nada.

La más dramática y absoluta mediocridad emocional.

Cuando acaba el concierto y mientras vuelvo a casa caminando sola, pienso…
Puede que no tenga una pareja a mi lado, pero mi corazón no está sólo.
Y nunca estará sólo.
Pase lo que pase, siempre intentaré mantener conmigo al mejor compañero posible.
La esperanza.



“Atrapados en el ascensor” es quizás la única canción romántica que “Un pingüino en mi ascensor” se permitió jamás escribir.





sábado, 29 de septiembre de 2012

Un cuento: el trovador y la princesa


Erase una vez un trovador que aparecía cada noche en el balcón de una princesa. Tocaba bellas canciones para que permanecieran en los sueños de la dama y así poder estar más cerca de ella.
La princesa soñaba, y las dulces melodías aparecían en sus sueños llenas de esperanza y magia.
Pero cuando despertaba, su realidad era prisionera de un sentido común fuera de lo común. Y dejaba de escuchar.

Así que cada noche, el trovador tenía que empezar de nuevo y tratar de convencer a la princesa para que volviera a soñar con sus cánticos.
Esto suponía mucho esfuerzo para el trovador y mucha confusión para la princesa.
La princesa ya no diferenciaba lo que era real y lo que era sueño.
Algunas veces aparecía sonámbula en el balcón y lanzaba la cola de su vestido para que el joven pudiera subir por ella.
Pero cuando el trovador cogía impulso y lo intentaba, el tirón despertaba bruscamente a la princesa y salía corriendo a refugiarse en las paredes de su castillo de piedra.

Así iba pasando el tiempo y cada noche se repetía la misma historia.
En uno de sus ataques de realidad, la princesa convocó a “La Bola de Luz”.
“La Bola de Luz” era el alma sabia de la comarca. Era famosa por dar luz a todas las sombras de dudas.

-““Bola de Luz” Soy una princesa confundida. No entiendo porqué mis sueños y mi realidad no pueden convivir en armonía. Hay un trovador que lo intenta, pero yo me resisto a que suceda.”

Y “Bola de Luz” dijo.

-“Señora, la cuestión es que usted no quiere ser una princesa. Usted quiere ser una “no princesa”, y para conquistar a una “no princesa” hace falta muchísimo más que las prometedoras melodías de un trovador. Deje libre al trovador, para que pueda encontrar a la princesa que sepa vivir feliz con sus preciosas canciones”

La “no princesa” se marchó muda y triste. Sabía lo que tenía que hacer. Pero le costaba mucho hacerlo porque las melodías eran bellas. Muy bellas. Demasiado bellas.
Pero encontró la solución.

Esa noche no volvió a salir al balcón. Ni esa noche, ni ninguna otra.
Se quedo en su habitación y empezó a crear bellas canciones para ella misma. Bellas canciones que regaló con mucho cariño a sus oídos.

Y las guardó como tesoros, porque sabía que algún día, podría llegar a compartirlas con alguien. Cantándolas juntos esta vez. Como si fueran una única voz.

Limpieza


El papel higiénico no limpia pensamientos,
por muy de mierda que sean.

La aspiradora no se lleva la suciedad de tus neuronas
en su bolsa de polvo.

Mr. Proper no fue creado
para desengrasar la densidad energética de tus ideas.

La lejía no convertirá en algo blanco y puro
la melancolía de la reflexión del Adiós.

El razonar del ayer no habrá sido barrido.

La lógica del mañana estará fregada con tristeza.

El imaginario nunca se sabe,
no se puede teñir con blanco nuclear,
para iluminarlo de esperanza.

El reciclaje de los pensamientos basura
parece la solución.

Así que utilizaré mis toallitas desmaquillantes
para transformar el maquillaje del pensamiento
en una cara limpia
que permita ser ocupada
por el sentir.

domingo, 23 de septiembre de 2012

La luz perseverante


Veo una luz muy pequeñita.
Una luz que mira ansiosa, porque piensa que no la he visto.
Trata de llamar mi atención con movimientos vibrantes
y se engalana con sus plumas de pavo real para impresionarme.

Es cierto que la he visto.
Es cierto que a ratos me conquista y que a ratos la ignoro.

Pero la luz es tan terca como un bebé llorando.
Se mete entre mis sábanas de piel buscando un gramo de vacío para anidar.
Construye trenzas de oro con cada una de mis canas, haciendo ver que puede transformar el paso del tiempo en algo bello.
Invade mis sesos como si fuera a cocinarlos y a comérselos.
La luz me persigue, me traspasa y sigue avanzando sin mirar atrás.
Y en esa carrera,
a mi,
no me da tiempo.

Si alguna vez me ilumina, dejaremos esta batalla.
Porque ella me promete,
amor eterno.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Un cuento: la naranja victimista


La naranja paseaba su victimismo por las calles de la ciudad, en busca de amor.

“Seguro que alguien me amará, si doy pena con mi piel celulítica” se decía mientras soñaba con algo que pudiera acariciarla.

Y soñando…soñando…se fijó en un pájaro de bellas plumas. Sus colores se reflejaron en su piel en forma de sombras cálidas.
El pájaro se paraba de vez en cuando a su lado y aleteaba su corazón.
La naranja pensaba que emitía señales encriptadas que sólo reconocían ella y su pájaro.
La naranja creó un código de lenguaje imaginario en forma de monólogo, que se iba haciendo cada vez más real. Solo en su cabeza.
El pájaro ajeno a las fantasías de la naranja, paseaba su plumaje inocente y despreocupado. No podía ni imaginar los sentimientos de la naranja.
La naranja esperaba que el pájaro viniera cabalgando a lomos de un águila y la rescatara de su victimismo.

Pero el pájaro no era el caballero andante que ella había creado en su imaginación.
El pájaro no quería ser un salvador de víctimas.
El pájaro quería ser libre y volar.
El pájaro también quería amar, pero no a la naranja.
Y el pájaro tenía derecho a elegir.

Al darse cuenta de esto, la naranja se hundió más en su desesperado victimismo y suplicó al pájaro.
Sus súplicas, una vez más, pertenecían a mundos de dolor sutiles e imaginarios. Con la esperanza de que el pájaro los pudiera descifrar.

Pero el pájaro ya no estaba dispuesto a descifrar nada. Realmente, nunca había estado dispuesto a nada. Se alejó y nunca más volvió.

La naranja volvió a compadecerse de ella misma y continuó buscando algún verdugo al que culpar de sus desgracias.