miércoles, 31 de agosto de 2011

Las relaciones y los yogures. Esos mundos paralelos.

Existen relaciones sentimentales que como los yogures tienen una fecha de caducidad de tres meses. A partir de esa fecha, empiezan a aparecer preguntas del tipo ¿qué pasará si me como este yogur?...mmmmm…ha pasado ya mucho tiempo…¿debería de mantenerlo en la nevera? Vamos, las inseguridades clásicas cuando empiezas a tomar conciencia de que has pasado la barrera y a partir de esa fecha, su consumo puede resultar muy nocivo para la salud.

Luego esta el “consumo autoengaño”, sucede con los yogures naturales no azucarados. Tienen un aspecto genial, fresquito, blanquito, puro. Cuando le metes la primera cucharada resulta ácido como el demonio. Pruebas de nuevo esperando haberte equivocado con la primera impresión y ¡zas!, sigue siendo ácido.
Vale.
Decides echarle algo de azúcar, por aquello de “endulzarlo un poco”. Pero resulta que como el azúcar no se mezcla bien, pues a veces te tocan cucharadas asquerosamente dulces y otras, simplemente, siguen siendo ácidas (como el demonio)
En cualquier caso, como la esperanza nos viene de serie, por nuestras santas narices, acabamos con todo el yogur.

Ah!…y qué me decís del maravilloso mundo de los desnatados. Esos que saboreas sin ningún cargo de conciencia, duren lo que duren.

Aunque tengo que decir que los que más me apasionan son los yogures que ayudan a mejorar el transito intestinal. Con los que literalmente “te cagas”. Pues sí, señoras y señores, resulta que los yogures, como las relaciones, también pueden provocar miedito.

Y por último no puedo dejar de lado mis favoritos los Lactobacillus acidophilus, comercialmente conocidos como los “actimeles”. Esos que, dicen, son muy buenos para el aparato reproductor femenino, pero hay que tomarlos con prudencia y no engancharse a ellos. Un placer que le viene muy bien al cuerpo, de vez en cuando.

Así que desde aquí, recomiendo encarecidamente el consumo de yogures. En cualquier caso muy bueno para la vida y para la salud.