lunes, 28 de septiembre de 2009

Descubrir...

Siempre dicen que para descubrir cosas nuevas tienes que ponerte en los ojos de un niño.
Por eso, ahora más que nunca, estoy tirando de mi parte infantil. Y no me avergüenza. Porque para descubrir hay que volver a nacer. Y si tengo que volver a nacer cien mil veces, para no perderme cosas, volveré a hacerlo.
Te das cuenta que en apariencia algunas cosas tienen significados ocultos que puedes encontrar. Es como cuando buceas y pasas del agua opaca a un mundo subterraneo infinito lleno de matices, colores y ritmos. Y eso vale oro. Por eso merece la pena volver a empezar a andar, a hablar, a sentir...a vivir.
Aunque sólo sea por esto, merece la pena levantarse cada día.

sábado, 12 de septiembre de 2009

El día…

Después de haber deseado tanto olvidar tu nombre,

el día que lo olvidé no fue una gran alegría. Simplemente no fue.

Porque ya no me acordaba de tu nombre.

La noche que tus ojos abandonaron mis sueños,

no desaparecieron las lágrimas de los míos.

Simplemente retrocedieron para llorar por otros ojos más adelante.


El amanecer que tu boca nunca más volvió a tocar la mía,

mis labios y mi lengua acabaron en un cementerio de músculos…

…a la espera de que otro bello durmiente los despertara.


La tarde que tus manos abandonaron mis senos y que nunca más volvieron a alimentar tus dientes,

se secaron dejando dos bolsas de piel vacías y arrugadas.

Otro, con su aliento, los volvería a llenar de esperanza.


El amanecer que tu piel dejó de rozar el interior de la mía,

me quedé hueca de deseo.

Pero no me di cuenta hasta que dejaste de hacerlo para siempre.

Entonces fue demasiado tarde, para pensar que nunca más volvería a tener la explosión de calor radioactivo contigo.

Contigo mi cuerpo se convirtió en el ave fenix de los cuerpos, aunque nunca resurgiría con la misma intensidad.

Porque nunca sería lo mismo sin ti.

El circo de la vida

Como una trapecista a punto de hacer la gran pirueta de su vida, deslizo mi pañuelo, cosido con retales de ilusiones, por mi cara y hasta mis ojos. Busco un nudo resistente que me permita no llegar a ver nada.

Me lanzo hacia el vacío en busca de tus brazos fuertes llenos de venas por las que fluyen cascadas de valor.

Mientras vuelo voy cayendo en una narcosis profunda.

Me agarras con dureza, casi con rabia, pero no me importa…porque me has agarrado. Clavas tus uñas mordidas un millón de veces sobre mi piel y el dolor no me despierta.

El pañuelo se despega de mis ojos por un golpe fortuito de viento, cae al suelo y es aplastado por la pata mugrienta de un elefante negro, acabando con mi bolsa de ilusiones.

Mientras sigo enredada en los rizos de tu pecho, vomito compulsivamente lagrimas de realidad y me vuelvo gris.

Si soltarme ni un segundo, alargas tu mano y consigues rescatar mi pañuelo cosido de ilusiones. Lo colocas de nuevo sobre mis ojos y esta vez lo anudas con muchas más fuerza.

Ya no despertaré nunca jamás.

Y me gusta.

El coleccionista

Sentado en su butaca del siglo XVII, presionaba su última pieza de una forma muy delicada, casi como si fuera un cirujano a punto de abrir la carne de algún paciente. Su última adquisición, un corazón de rata, le había costado mucho trabajo conseguirla. Había tenido que descender hasta los suburbios más oscuros y comprársela a un mendigo ocasional que se alimentaba de tan exquisito, según él, manjar.

Cuando finalizó su obra, empezó a deleitarse con sus otras piezas. Un corazón de águila, un corazón de serpiente, uno de morsa…pero lo que más le emocionaba, era la nueva faceta de su colección. Y la primera pieza de ese puzzle era un corazón amargado. Había tenido que ir hasta el tanatorio a buscarlo. El vigilante le había comentado que la anciana fallecida no tenía ni familia, ni amigos, ni siquiera un perro que le lamiera los pies o un gato que le ronronease aunque ella no pudiera oírlo.

Le había parecido sublime haber descubierto este corazón amargado, pero lo mejor estaba por llegar…un corazón frustrado, un corazón desengañado o incluso la mejor pieza: un corazón enamorado.

En su concentración, no percibió el acero atravesando su bata roja de seda, no se dio cuenta de que entraba por su espalda, pasaba cerca de su columna vertebral y salía por su estómago. Su cabeza golpeó contra la mesa, desvirtuando con el golpe la posición de su colección. Los objetos tan preciados cayeron por el suelo, formando un cuadro descorazonador.

Y de fondo, casi con un eco irreal, se oía una voz que decía:

“Os presento la última y más preciada adquisición de mi colección…el coleccionista de corazones”

El porqué de la huida

Mis pies rojos como un tomate se van deslizando por debajo de tus sábanas. Seguro que Satán está haciendo de las suyas para que no se puedan escapar. Pues se va a fastidiar porque no quiero mandarle al infierno. Va a estar muy calentito en su ambiente, así que le congelare en la nevera de mis deseos.

Te remueves inquieto, esperando una estúpida intención de huida por mi parte. Reconozco que el Diablo tiene razón. No me quiero escapar. Hoy no. Yo también quiero disfrutar de ese calorcito que da la ignorancia.

Cierro la puerta de mi boca, tengo miedo que se puedan escapar mis intenciones de permanencia. No quiero pensarlo todo. Quiero pensar nada. Aun así, mi voluntad es más débil que mi razón, y acabo destapando mi cuerpo.

El frío del desnudo me mantiene en la realidad y mi cabeza sigue liderando la jugada.

No haces nada y no quiero que no hagas nada. Pero mi voluntad no tiene nada que ver con este asunto.

Solo espero que dentro de diez vidas, cuando vuelva a tener los pies rojos como tomates debajo de tus sábanas, coincidan mi voluntad y la tuya con el único deseo de no escapar.

El hipermercado de las emociones

-Hola buenas ¿me pone un kilo de Felicidad?

-Por supuesto. Hoy esta de suerte, se lleva el último kilo.

Mientras paseo de camino a la caja para pagar mi kilo de Felicidad, voy rastreando las estanterías. Nunca se sabe, puede ser que encuentre algo de Humanidad, el otro día me apetecía hacer un buen guiso añadiéndole Confianza y no me quedaba en casa.

Me está entrando hambre y la caja esta lejos, voy a probar un poquito de esta Felicidad que he comprado. ¡No me mires así! Seguro que tu también en alguna ocasión has probado algo antes de pagarlo.

Hum, esta Felicidad está amarga. Ya me lo comentó una amiga: “Nena, el primer bocado de Felicidad siempre sabe amargo”. Según me comentó era algo así como que tenías que sentir la amargura primero para poder saborear lo bueno después.

Vale, tengo que reconocerlo, el siguiente bocado es estupendo, mejor que estupendo, es indescriptible. La verdad es que merecía la pena probar esto de la Felicidad.

¡Por fin! Ahí esta la caja.

-¿qué le debo?

-Está de suerte. Hoy el kilo de Felicidad está de promoción. Es gratis.

Definitivamente hoy es mi día de suerte.

Cara de pez

Un día cualquiera y sin saber por qué, un hombre se despierta, se enfrenta al espejo y escoge el maquillaje de la ira para pasar ese día, como un día cualquiera.

Se abre camino con su máscara, atropellando la vida de los demás y llenando con su propio pintalabios rojo sangre, sus propias palabras.

Los demás, se defienden, unas veces inocentemente y otras arrancando de la piel del hombre restos del colorete a juego con sus labios.

Este agresor eventual, no esta teniendo un buen día, o mucho peor, ni siquiera esta teniendo un día cualquiera. Decide que sus pies le lleven hasta su casa, pero sus pies se rebelan, hoy no quieren aceptar órdenes y ¡menos con ese maquillaje!

El maquillaje se va yendo con el paso del día y no le quedan fuerzas para enfadarse con sus pies. Así que sin quererlo, se encuentra cara a cara con un estanque de peces. Lavarse la cara se le antoja una idea, al menos interesante.

Se arrodilla. El agua, en contacto con su cara y sus manos, va eliminando la identidad que había escogido para hoy.

El estanque comienza a agitarse, levantando pequeñas olas. El agua se ha puesto el maquillaje de la ira. Los peces empiezan a perder el ritmo de adelante, media vuelta y adelante. Sus ojos y sus bocas empiezan a redondearse y a abrirse. No salen de su asombro…¿Qué ha pasado?

Por eso, a la cara de sorpresa, se le llama cara de pez.

La primera entrada

Una vez te atreves a entrar en el Museo del Traje en Madrid, superas todas verguenzas feministas posibles. Es como cuando te sientas en una cafetería tranquilamente, abres tu Vogue recién comprado y no sientes ningún pudor por pensar si ese caballero, joven o chico de al lado pensará que eres una mujer intelectual liberada o una superficial "maruja". Es lo que tiene hacerse mayor. No te importa lo que piensen los demás.
Justo en la cafetería de este museo, he conocido esta mañana, de casualidad (aunque si lo pensamos bien las casualidades no existen) a una mujer madura de unos 60 años. Aspecto estupendo, juvenil y lleno de vida. Viuda desde hace 2 años, pero viajando por el mundo como si la vida nunca le hubiera azotado. Interesante actitud. Interesante visión de la vida. Interesante que una mujer entrando en la tercera fase de su vida, consiga transmitirle a una persona que entra en los 40, ilusión y ganas de vivir. Interesante pararse a hablar con personas de otras edades ajenas a tu mundo, de vez en cuando.
En cuanto al Museo del traje, merece la pena pasar de prejuicios y adentrarse en otras épocas, otras experiencias, otras formas de pensar, otros estilos de vida, tan ajenos a los nuestros en la actualidad. No solo en El Prado se puede disfrutar de la belleza, el arte y la cultura.
Espero que os atreváis a cruzar el umbral.